El reflujo gastroesofágico es el paso del contenido gástrico de forma ascendente al esófago, que puede aparecer en los bebés de forma episódica y fisiológica.
¿Qué es el reflujo gastroesofágico?
El reflujo gastroesofágico es el paso del contenido gástrico de forma ascendente al esófago, que puede aparecer en los bebés de forma episódica y fisiológica. Es más habitual en los bebés más pequeños, de 0 a 4 meses, disminuyendo su frecuencia según transcurre el primer año de vida.
Estos episodios de regurgitación habitualmente aparecen tras la ingesta, y en muchas ocasiones, no van asociados a síntomas o signos acompañantes. Sin embargo, cuando el reflujo es más intenso, frecuente y agresivo con la mucosa (revestimiento) esofágica y se acompaña de síntomas como pérdida de peso y otros digestivos o respiratorios, se habla de Enfermedad por reflujo gastroesofágico, entidad que se estima que aparece en un 8% de los lactantes.
¿Qué lo produce?
El reflujo gastroesofágico aparece en momentos en los que existe una incompetencia del esfínter esofágico inferior, una válvula que funciona como puerta de entrada no reversible de los alimentos desde el tubo esofágico hacia el estómago. Cuando esta válvula es más inmadura y se produce una relajación anormal de la misma, el contenido del estómago vuelve de forma retrógrada hacia el esófago.
Este hecho, junto con la menor actividad de las contracciones musculares normales del esófago en los bebés, que sirven para que los alimentos avancen hacia el estómago y para “limpiar” el contenido de los posibles episodios de reflujo, favorece que el contenido habitualmente ácido de los jugos gástricos termine dañando la mucosa esofágica (no preparada para soportar su acidez), así como la aparición del resto de alteraciones sintomáticas.
Otros factores asociados que favorecen la aparición de reflujo gastroesofágico son el aumento de la presión intraabdominal (por tos o llanto por ejemplo), una alimentación grasa, posición tumbada (en decúbito), padecimiento de hernia de hiato, etc.
¿Cuáles son sus síntomas?
En el caso de episodios de reflujo gastroesofágico funcional o fisiológico, los bebés no presentan ningún síntoma acompañante. Habitualmente pueden presentar una regurgitación láctea tras las tomas, sin manifestar incomodidad, llanto o irritabilidad.
En cambio, cuando existe una enfermedad por reflujo gastroesofágico, los bebés pueden presentar síntomas variados. Es habitual que el niño sufra una alteración del desarrollo estaturo-ponderal, es decir, disminución de peso y retraso en el crecimiento. Esto va asociado con la presencia de regurgitación y/o vómitos de forma persistente En ocasiones los vómitos pueden contener sangre (hematemesis), y de forma común suelen aparecer tras la comida, cuando el bebé está tumbado. También puede aparecer dolor en la región central del tórax que en los bebés, muchas veces se manifiesta como irritabilidad o llanto. Además pueden tener sensación de “acidez” o pirosis, dificultad en la deglución, dolor faríngeo al tragar (odinofagia), y en ocasiones, presencia de sangre en las heces (heces negras por sangre digerida),o anemia. Todos estos síntomas pueden derivar en el rechazo del bebé a las tomas, mostrando a veces movimientos de arqueo del cuerpo hacia atrás al ir a mamar o tomar el biberón. Esto, junto con los vómitos, favorecen la malnutrición del niño.
Además, pueden manifestarse síntomas por afectación de ese reflujo al aparato respiratorio u otorrinolaringológico. Así, hay niños que presentan episodios de laringitis, ronquera, estridor respiratorio, otitis de repetición, sinusitis, tos persistente, apneas obstructivas (interrupciones de la respiración), neumonías de repetición, broncoespasmos, asma, etc.
En un pequeño porcentaje de niños que no han seguido un adecuado tratamiento o no se ha diagnosticado debidamente la enfermedad por reflujo, pueden aparecer complicaciones como el estenosis péptica (estrechamiento de la parte baja del esófago), esófago de Barret (alteración de la mucosa del esófago por el daño persistente que producen los ácidos gástricos), que puede llegar a producir úlceras, estenosis o adenocarcinomas (tumores) en el esófago, aunque este grado de complicación es más raro en los bebés.
¿Cómo es el diagnóstico?
El pediatra en los casos más leves, puede realizar el diagnóstico mediante un adecuado interrogatorio clínico a los padres o cuidadores del bebé, donde les pregunte sobre los síntomas que presenta el niño, antecedentes, etc. acompañado de una adecuada exploración física.
En otras ocasiones, cuando existen dudas diagnósticas, las manifestaciones son más graves, o se quiere objetivar la respuesta a un tratamiento ya establecido, se realizan pruebas complementarias que ayudan a determinar el diagnóstico y las posibles complicaciones asociadas.
Dentro de las pruebas diagnósticas, en cada paciente se podrán realizar unas u otras, dependiendo de los síntomas que presente el niño y las sospechas que tengan los médicos de las posibles complicaciones asociadas que puede padecer el niño.
Así, se puede realizar una pH-metría esofágica, en la que se lleva a cabo una medición continuada del pH esofágico durante 24 horas; una esofagogastrografía con bario, estudio radiológico con un contraste que ayuda a detectar alteraciones anatómicas (hernia de hiato, estenosis esofágica, etc); también una endoscopia digestiva alta (esofagoscopia), donde se introduce por la boca un tubo flexible con una cámara en su extremo, que permite visualizar la mucosa del esófago y detectar posibles lesiones producidas por el reflujo (esofagitis), además de poder obtener una pequeña muestra del tejido dañado, biopsia, para realizar su estudio en el laboratorio de anatomía patológica. Otra prueba que se puede estar indicada es una impedanciometría intraluminal multicanal, que mediante la colocación de sensores en el esófago por medio de un catéter, detecta el movimiento dentro del esófago de material líquido o gas, facilitando en este caso la detección de episodios de reflujo no ácido. Otros tipos de pruebas que en ocasiones se requieren realizar pueden ser la gammagrafía gástrica, manometría esofágica, ecografía…
¿Cuál es el tratamiento?
En cuanto al tratamiento, existen tres tipos de líneas terapéuticas que se puede necesitar aplicar de forma única o complementaria.
Por un lado se recomiendan medidas posturales como la colocación del bebé en la cuna en posición tumbado, sobre el lado izquierdo de su cuerpo (decúbito lateral izquierdo). Aunque se ha demostrado la disminución del reflujo cuando se tumba al niño “boca abajo” (decúbito prono), como esta posición ha demostrado ser un factor de riesgo de muerte súbita del lactante, sólo se recomienda de forma excepcional en lactantes mayores y en aquellos bebés con un reflujo de difícil control, bajo supervisión estricta. Existe controversia sobre el beneficio real de elevar el cabecero de la cuna en estos casos.
Junto a estas medidas, la modificación de la alimentación puede mejorar la sintomatología del bebé. En este sentido está indicado el uso de fórmulas artificiales antirreflujo (fórmulas espesantes), o en los casos de niños con alergia a la proteína de la leche de vaca, el uso de fórmulas hidrolizadas mejoran el reflujo gastroesofágico.
En cuanto al tratamiento farmacológico, cuando hay de enfermedad por reflujo gastroesofágico en los bebés, los pediatras pueden indicar el uso de medicamentos antisecretores como el omeprazol, la ranitidina o la cimetidina; fármacos antiácidos usados en cortos periodos de tiempo, como el hidróxido de aluminio o magnesio; también pueden utilizarse en determinados casos, fármacos procinéticos como la cisaprida.
En niños que sufren enfermedad por reflujo gastroesofágico severa y que no responden a los tratamientos farmacológicos, presentando complicaciones importantes, puede estar indicado la realización de cirugía (como la funduplicatura de Nissen, o la gastrotomía endoscópica percutánea).