Se trata de una enfermedad que, en la infancia y adolescencia, es uno de los problemas de salud pública más graves a nivel mundial
Definición de obesidad infantil
La obesidad se define como el exceso de grasa corporal. Se trata de una enfermedad crónica, con un componente multifactorial en su causa que, de forma única o combinada, da lugar a un aumento en la ingesta energética y un gasto energético disminuido.
Se trata de una enfermedad que, en la infancia y adolescencia, es uno de los problemas de salud pública más graves a nivel mundial, cuya prevalencia va en aumento de forma alarmante hasta que ha sido declarada epidemia del siglo XXI. Este incremento se ha visto influenciado por factores ambientales como el estilo de vida, las conductas familiares, la actividad física, la dieta mantenida, etc. Así como factores psicosociales, factores genéticos y fisiológicos.
El diagnóstico de la obesidad infantil no supone un problema clínico para los médicos, quienes valoran la historia de la enfermedad, su forma de presentación, los posibles factores influyentes, así como los antecedentes personales y familiares. La exploración física del paciente ayuda a establecer un diagnóstico más preciso. En general, los pediatras utilizan indicadores ajustados a la población de referencia con la que se compara cada individuo, teniendo en cuenta el índice de masa corporal (IMC: cociente entre el peso del niño en kilogramos y su altura al cuadrado, en metros) asociado a percentiles y curvas de referencia según la población de referencia a la que pertenece el paciente (etnia, nación…). Además, estas determinaciones se asocian a los datos aportados por otras medidas antropométricas (perímetro abdominal, medida del pliegue cutáneo en el brazo, etc.) y se acompañan de datos obtenidos en la realización de una analítica de sangre, donde se descarta la presencia de patologías asociadas como el hipercolesterolemia, diabetes, etc.
La influencia de la obesidad y el sobrepeso durante la infancia va más allá de la etapa infantil, predisponiendo de forma directa al padecimiento de obesidad en la edad adulta. Así, la posible cronificación de la obesidad se ha visto directamente relacionada con el desarrollo de otras enfermedades que, en el caso de los niños, ven adelantada su presentación: aumento del colesterol, padecimiento de diabetes mellitus tipo II, hipertensión arterial, síndrome metabólico, síndrome del ovario poliquístico, apnea nocturna del sueño, etc. Lo que tiene una relación directa con la disminución de la esperanza de vida de estos pacientes.
Prevención de la obesidad: estrategias
Ante la importancia de las características de esta enfermedad, muchos son los niveles en los que la acción preventiva debe establecerse como un objetivo primordial: estamentos públicos, intervención sanitaria, acción familiar, plano escolar, contextualización empresarial, y acción comunitaria, en definitiva.
En los últimos años, los organismos públicos han tomado conciencia de la importancia de establecer planes de prevención elaborados. Desde la organización mundial de la salud se han desarrollado estrategias de intervención en el régimen alimentario, la actividad física y la salud. Este tipo de estrategias son adaptadas por los distintos países según su entorno social y cultural.
En España, desde el año 2005 se viene desarrollando la estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad), plan de salud puesto en marcha desde el ministerio de sanidad, destinada a invertir los datos alarmantes de elevación de la prevalencia de la obesidad en nuestro país, estableciendo estrategias de estímulo de la actividad física y la alimentación saludable, con mayor hincapié en la población infantil.
Prevención de la obesidad a nivel familiar, escolar y comunitario
Dentro de estas estrategias públicas de prevención que abarcan amplios campos (sociales, sanitarios, empresariales, etc) y mediante el aval de múltiples estudios científicos publicados, se pueden establecer una serie de medidas que, en el ámbito más próximo al niño (la escuela y la familia), deben implantarse de forma habitual con el fin de conseguir una prevención primaria de la obesidad eficaz.
Así, existen dos campos básicos de acción: la alimentación saludable y la actividad física habitual.
Desde el embarazo, el tipo de alimentación que la madre lleve puede influir en el desarrollo del niño, ya que el sobrepeso y la obesidad materna se han asociado con la aparición de sobrepeso en la edad infantil u obesidad en la edad adulta del hijo. Lo aconsejable es que la madre realice una dieta variada rica en frutas y verduras, con una estimación de aumento de peso recomendable de entre 10 a 13 kg durante todo el embarazo. Igualmente se ha visto la relación que otros factores como el tabaquismo durante el embarazo tiene sobre el sobrepeso de los hijos en la etapa infantil, con lo que se debe evitar siempre el tabaco en el embarazo por esta y otras razones de salud para el feto.
Durante el primer año, la alimentación del bebé también es importante. La lactancia materna es el mejor alimento que se puede ofrecer al niño, pues actúa como protector del riesgo de desarrollo de obesidad en el niño. Cuando esta lactancia no es posible, es fundamental el tipo de fórmulas de lactancia artificial que se ofrezcan al niño, recomendándose un adecuado aporte proteico en ellas (entre el 7 – 10% del valor calórico total de la fórmula) y una correcta composición de la grasa de éstas con ácidos grasos esenciales. Se debe ofrecer una alimentación a demanda, introduciendo la alimentación complementaria diversificada no antes de los 4 – 6 meses, con la introducción de los distintos tipos de alimentos según las pautas recomendadas por los pediatras. Es aconsejable no excederse en la adicción de cereales, evitar un elevado consumo de proteínas, priorizando la alimentación variada y saludable.
En los niños preescolares y escolares es importante mantener esa alimentación equilibrada, estimulando el gusto por la comida saludable con ofrecimiento reiterado de frutas y verduras (3 raciones de fruta entera y 2 de verduras al día) y ajustando el aporte energético de la misma con el ritmo de actividad del niño.
Mantener un ritmo y horario de alimentación establecido con 5 comidas diarias, procurando que al menos una de ellas se haga en familia.
Es importante que los niños desayunen bien (lácteos, cereales o pan, fruta y zumos naturales). En los almuerzos y meriendas se deben evitar procesados industriales (bollos, zumos no naturales, dulces, golosinas, etc).
Se debe ofrecer como bebida fundamental el agua, pudiendo ofrecer también leche y de vez en cuando zumos naturales. Evitar refrescos y otras bebidas azucaradas.
Como platos principales, a parte de las verduras, que también se pueden ofrecer como acompañamiento de carnes y pescados, no se debe olvidar incluir legumbres varias veces a la semana, pastas y arroz algún día de la misma.
Es importante el estímulo visual que se ofrece a los niños con los alimentos, combinar colores y texturas. Algo fundamental es el ejemplo de los padres en su alimentación. No se deben utilizar los alimentos como premios o castigos, cocinar sin exceso de sal y utilizar aceite de oliva antes que mantequillas u otro tipo de aceites.
Junto con la alimentación, un adecuado descanso (dormir de 9 a 11 horas) y el estímulo de la actividad física, son fundamentales para la prevención de la obesidad.
La actividad física, tanto en las actividades normales (el juego, paseos, tiempo de descanso, etc.) como en el ejercicio físico estructurado, debe aportar al niño un gasto energético adecuado, además de estimular la masa magra (músculo) y disminuir el porcentaje de masa grasa en su composición corporal. Esta actividad física se debe impulsar desde la familia, la escuela y en la comunidad, disminuyendo el tiempo dedicado a ver la televisión y otras pantallas.
En los niños preescolares se debe potenciar el juego libre y divertido, que conlleve pocas instrucciones (correr, nadar, paseos cortos, etc.) De los 6 a 9 años estimular actividades que aumenten las habilidades motoras y el equilibrio (juegos con reglas flexibles como fútbol, etc). A partir de los 10 años pueden realizar juegos y deportes más complejos, con instrucciones más elaboradas (voleibol, baloncesto, etc), y a partir de la adolescencia se pueden realizar todo tipo de deportes, pudiendo realizar entrenamientos con pesas una vez se haya alcanzado la madurez. Este tipo de ejercicios es recomendable realizarlos al menos 3 o más horas semanales.
Además de los deportes estructurados, realizar diariamente juegos libres no organizados, traslados activos, subida de escaleras, uso de la bicicleta, patinete o patines, deben establecerse como hábitos normales en el día a día del niño.
Es la puesta en práctica de todas estas medidas lo que realmente puede servir como prevención de una de las enfermedades infantiles más generalizadas en la actualidad, con lo que, su conocimiento y el compromiso de todos para conseguir el desarrollo de una infancia saludable, debe destinar los esfuerzos de todos.