El tratamiento del catarro va destinado a controlar los síntomas que presenta el bebé y aliviar su malestar.
¿Qué es un resfriado común o catarro?
Un resfriado es una infección de las vías altas del sistema respiratorio (nariz, faringe o garganta, laringe y tráquea), que en los niños menores de cuatro años aparece de forma muy frecuente (entre tres y diez episodios al año). Es uno de los mayores motivos de consulta para los pediatras. Aparece, de forma más frecuente, en las estaciones de otoño e invierno y habitualmente es un proceso de curso benigno, aunque siempre se debe prestar atención a su evolución para detectar de forma temprana la aparición de posibles complicaciones.
¿Qué lo produce?
La infección está causada por un virus, un microorganismo, que penetra en las mucosas o revestimiento de la boca, nariz y faringe produciendo inflamación en las mismas y desencadenando los síntomas. Existen unos 200 tipos de virus que pueden producir los catarros. El paciente se contagia con alguno de estos virus de forma directa a través del contacto con secreciones de personas enfermas o al tocar las manos de una persona u objetos contaminados.
Existen algunos factores que aumentan la predisposición de los niños para adquirir esta infección como la asistencia a guarderías, estar expuesto de forma pasiva al humo de tabaco o la convivencia estrecha con una persona que padece un resfriado.
¿Cuáles son sus síntomas?
Los síntomas principales son la aparición de congestión en la nariz y mocos, tos seca que a veces dificulta el sueño del bebé, irritación en la garganta y posible aparición de fiebre. En los bebés, el catarro suele producir una mayor afectación del estado general que a niños con más edad. Se puede apreciar en que disminuye su apetito, están decaídos (sobre todo cuando tienen fiebre) y pueden asociar síntomas digestivos como vómitos con los accesos de tos, o diarrea. En ocasiones, además, según el tipo de virus que produce el catarro, puede aparecer conjuntivitis (inflamación de la conjuntiva (parte blanca) del ojo, con lagrimeo, discreta inflamación de los párpados y posible aparición de legañas o secreciones en el ojo).
Los padres o cuidadores deben prestar atención a posibles complicaciones, consultando al pediatra siempre que aparezca fiebre persistente, decaimiento del estado general (incluso cuando el bebé no tiene fiebre), llanto continuo y excesivo, dificultad para respirar tras haber realizado una limpieza de las fosas nasales, o aparición de lesiones en la piel.
¿Cómo es el diagnóstico?
El diagnóstico de los catarros es clínico, es decir, los médicos se basan en los síntomas que presenta el paciente y en la exploración física que le realizan para determinar que lo que padece es una infección de vías respiratorias altas. De forma ordinaria no se realizan otras exploraciones complementarias, salvo si existe alguna duda diagnóstica o la evolución no es la esperada.
¿Cuál es el tratamiento?
El tratamiento del catarro va destinado a controlar los síntomas que presenta el bebé y aliviar su malestar. Para que pueda respirar mejor es recomendable realizar lavados nasales con suero fisiológico, sin llevar a cabo una excesiva presión, repitiendo la operación cuantas veces sea preciso. Se pueden llevar a cabo medidas posturales para favorecer la respiración del bebé como sobreelevar el cabecero de la cuna. Se debe vigilar la adecuada hidratación del niño y mantener un ambiente húmedo. Si el bebé presenta fiebre se le pueden administrar antitérmicos-analgésicos para su control.
¿Qué medidas de prevención se pueden tomar?
Las medidas de prevención más eficaces tienen que ver con evitar el contacto del bebé con una persona enferma con catarro, ya que el virus que lo produce se le podrá transmitir por pequeñas gotitas de saliva al hablar, estornudar o por el contacto de manos que no han tenido una higiene adecuada. Si no hay más remedio que mantener un contacto directo de un bebé con una persona con catarro, se debe extremar la higiene de manos con su lavado adecuado y frecuente Por el mismo motivo, es recomendable que los niños no compartan utensilios de comida, juguetes que muerdan, chupen, etc. y ventilar las habitaciones adecuadamente.
La frecuencia de los catarros en los primeros años de vida está relacionada con la inmadurez del sistema inmunológico (de defensa) del organismo.
Uno de los factores que pueden favorecer un adecuado desarrollo de las defensas es mantener una adecuada, variada y completa alimentación del bebé en cada fase de crecimiento. La respuesta inmune es primordial para prevenir la invasión de agentes infecciosos, ya que su función es eliminar rápidamente los microorganismos que consigan entrar en contacto con el cuerpo. Un adecuado estado nutricional del bebé que evite el padecimiento de carencias de vitaminas o minerales como el cobre, folatos, hierro, selenio, zinc, vitaminas como la A, B6, B12, C y D, o ácidos grasos esenciales, entre otros. Estas vitaminas y minerales pueden evitar en muchos casos el compromiso del estado de inmunocompetencia y defensa del organismo.
Para prevenir el resfriado en un bebé, el principal alimento que se le puede administrar es la leche materna, sobre todo hasta los 6 meses, siendo recomendable utilizar si la lactancia no es posible o es insuficiente, leches infantiles con formulaciones avanzadas, en algunos casos enriquecidas con con probióticos que también se relacionan con el fortalecimiento de la inmunidad.
Según la edad del bebé, se debe realizar la introducción paulatina de la alimentación complementaria con papillas o potitos de composición variada y ajustada a las necesidades del niño que, en definitiva, favorezcan un adecuado estado nutricional para poder afrontar el contínuo desarrollo de su organismo y un estado fuerte de sus defensas.